martes, 7 de diciembre de 2021

Una princesa rumana, bancaria de corazón.

 Me gusta dejar para el último día el pago semestral del IBI de mi casa, y por supuesto no lo domicilio para que no lo pasen cuando le venga bien a ellos, y cobren al límite de voluntaria y ejecutiva. Un pa ná, pero es lo que hay.

Pues bien, a la vuelta del laboro, he parado en la sucursal de mi madre, después de la mía, para pagar el IBI. Cola y al cajero porque como ya sabemos los bancos nos tratan a patadas y en la calle, eso sí intereses hasta el fraude.

Pues bien, llevaba el documento con el QR y en mi delante y mi detrás, gente usuaria como si repartieran pan, erizos, o pestiños, pero finalmente eran ostiones con h de hurtar. 

Nadie salía, todo tipo de dudas y de tiempos por tanto, de edades y necesidades, pero no salía ni dios, ni siquiera un interventor, pero para qué si con la banca rescatada en números rojos con la ciudadanía hemos topado.

Pero para mi sorpresa, en mi no atinar con el lector del QR maldito de la multa disfrazada de impuesto por vivir dónde vivo, de pagar por lo ya pagado, de impuesto revolucionario, denunciado solo en la oposición, y de libre y necesaria circulación cuando tocan pelo y pisan moqueta del sillón anfitrión.

Cualo sorpresa, pues la de una rumana princesa, de silla de playa como trono con cartón de faltas solo de ortografía, pidiendo a pie de entidad bancaria ayuda para ella y los que la maltratan. Que ni corta ni perezosa, con más actitud que un guardia civil recién graduado, con más ganas que un profesor en prácticas y con más vocación de servicio que un cura de teología de la liberación. Se levanta me toma el documento y con voz dulce y sonrisa como si fuera la becaria de la sucursal, me explica, me mira, orienta el papel para su correcta lectura, y me dice tranquilo ya está, comprueba número de cuenta, cantidad, y dirección, ponle el pin, y te emite recibo comprobación. Volviéndose de ipso facto a su sillón de atención al cliente de pie de calle, gestora de clientes sin licencia ni pasaporte, solo el desprecio de los que no devuelven su saludo matinal, y la explotación por inanición de la entidad antigua caja de todos los gaditanos, o eso vendían...

Salud y lección de un ángel caído, a un tonto como yo, y a un banco de todos deudor.

Emiliojo. 


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