sábado, 25 de junio de 2011

Una década de Abrazos - La Voz de digital

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Tres colectivos traen 28 niños bielorrusos a Cádiz por décima vez consecutiva, 25 años después del horror de Chernobil
25.06.11 - 00:10 - J. L. | CÁDIZ.
«Hasta ahora, el objetivo era sacarlos de un entorno perjudicial, de un aire lleno de radiactividad por Chernobil. Pero en estos últimos años, también salen de un ambiente social y económico enfermo. La crisis pega duro allí. La devaluación del 70% de su rublo ha empobrecido hasta lo increíble su economía agrícola. Algunos carecen de lo básico. Los estantes de los supermercados están vacíos...». El que habla es Emilio González de la Muela, uno de los muchos artífices, de tres asociaciones distintas, de que 28 niños bielorrusos tengan una tregua de 45 días en los que no respirarán veneno por el mayor desastre nuclear de la historia, del que se cumplen 25 años en 2011.
Ninguno de ellos había nacido cuando la central estalló y emponzoñó el agua, la tierra y el aire a cientos de kilómetros a la redonda. Pero pagan las consecuencias en su cuerpo. En sus familias y en su vida diaria. El objetivo de las tres entidades promotoras (San Lorenzo, Vera-Cruz y Aguaores Blancos) es darles un descanso que permita recuperarse a sus organismos. Cada visita a Cádiz alarga muchos meses su esperanza de vida. Sus órganos suspenden temporalmente la absorción de tóxicos.
Todos los niños tienen entre 8 y 17 años. Son seleccionados y trasladados a través de una ONG bielorrusa llamada ICA. Una de sus monitoras, Ala Funt, asegura que buscan traer «a niños con distintos problemas, de salud o familiares. Por ejemplo, muchos no tienen padre o madre, fallecidos por enfermedades asociadas a la contaminación. Vienen de aldeas pequeñas y, aunque pueden sufrir un shock cultural, por ver cosas que nunca han conocido, les beneficia mucho, en la salud, en su crecimiento, en el intercambio de experiencia, en el aprendizaje...». González de la Muela destaca que lo habitual es que cada familia gaditana que les acoge durante 45 días repita con el mismo niño. «Se crean vínculos familiares. Es como recibir a un hijo que estudia fuera. Casi todos mantienen el contacto todo el año por correo electrónico, con llamadas, con envíos, aunque sean intervenidos y cada vez más difíciles».
Aquí les espera un aire limpio lleno de sal, un cariño descomunal y un programa de actividades densísimo. Aunque Kiryl, uno de los que llegaron ayer al claustro de San Francisco, afirma que ya es feliz con «ir a la playa», le aguarda mucho mar, parques de atracciones, torneos, fiestas de disfraces, juegos, descubrimientos culturales y, como la novedad de este año, que siempre hay una, un cursillo de surf gracias al enésimo gesto. El de la escuela SoloSurf.
Todo es poco para intentar compensarles por lo que han dejado atrás. Y por lo que les espera.
(Publicado en la Voz de digital. 25.06.11)

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