viernes, 20 de noviembre de 2020

Un trozo de nuestras vidas...

Hoy me he podido después de bastante tiempo tomar un café con mi amigo del alma y hermano de vida, Kike. El puto covid, y las situaciones de vida han limitado y delimitado nuestras fronteras. Independientemente de la 3ª guerra mundial en la que vivimos; estrés, miedo, prudencia, imprudencias, precaución, medidas preventivas, trabajos y posiciones laborales en el epicentro, relaciones interpersonales subyugadas, hijos estudiando fuera, termómetros en forma de llamada, padres dependientes, enfermedades duras en quien duele como propio, confinamiento interpuesto y autoimpuesto; la vida sigue, la vida te enseña y la vida te muestra lo que es y lo que ni siquiera existe.

Me agrada estar y reconocernos en un café, en momentos de la conversación hacía flashback y revivía convivencia en primera persona desde la infancia, adolescencia, juventud, adultez emergente, madurez, y lo de ahora que no sé como llamarle, quizá la plenitez; despertar existencial, encuentro con la verdad, transcender y entender la impermanencia.

Un café de hora y media, una vida de idas y venidas, de conocimiento el uno del otro desde que sabes que el de enfrente formará parte de tu patria, infancia en común para toda la vida, hasta el camino de vuelta a casa.

Y mi memoria se paró en un recuerdo que se convirtió en recurrente, al final de las acampadas libres en Zahara de los atunes, días de playa interminables que duraban siete días, y allá donde la gasolina nos dejara que era donde hoy es imposible, Charo Almagro decía una vez recogido todo el tiesteo, ¿se nos queda algo? repasando con la vista la zona de convivencia desmontada, y yo le decía siempre como un continuará de serie, sí Ranacori, un trozo de nuestras vidas...

Po eso, que ironía la mía y que tontería la de aquel momento tan verdad.

Querer es pensar y mirar con los ojos de la memoria.

Emiliojo, el tortufante.

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