Dicen que septiembre es el
comienzo de muchas cosas. Las clases,
los nuevos proyectos, caminos que soñamos cuando dejamos atrás el descanso y el
disfrute del verano. Hoy es 15 de
septiembre; un septiembre que huele a primavera, que trae a la memoria el olor
de azahar de naranjos que gustan de perfumar al Convento de San Francisco y a las
gentes que pasean por su plaza con un aroma que nos embriaga y que evoca un
lunes santo eterno de Amor y Esperanza.
Hoy no hay ya lugar para el temor
porque las sombras se disiparon. Hoy esta casa, con vuestra presencia
enamorada, os ofrece la PAZ que brota del corazón de los discípulos de Cristo.
Hoy, mis hermanos, no podemos contener la emoción porque al fin, llegó el
momento de testimoniar en este espacio seráfico que es nuestra casa, vuestro
amor mutuo para toda la vida, ante los ojos del Dios de la Misericordia, ante
su Hijo Jesús, ante María, la Madre de la Esperanza. Quienes os queremos, damos
gracias al Dios de la Vida por poder compartir esta celebración con vosotros,
como hizo Jesús en Caná de Galilea con sus amigos. Vosotros sois nuestros
amigos del alma, nuestros hermanos queridos y vuestra alegría radiante como la
sonrisa de Lidia, limpia como la sencillez de corazón de Luiso, es hoy causa de
nuestra alegría y razón para hacer fiestas con vosotros.
Los sacramentos tienen sentido
cuando están llenos de vida, cuando se acude a ellos con el corazón lleno de
sentimientos, con los dones que nos han sido dados, con las heridas que nos va
dejando la briega de cada día, con una historia en la que percibimos los guiños
y el paso de Dios que ilumina nuestra existencia. Vosotros venís cargados de dones; sois
preciosos a los ojos de Dios y de cuantos gozamos de vuestra cercanía. También
tenéis rasguños y heridas, personales, de pareja, de familia porque la vida es
lucha, y porque el amor duele. Pero sobre todo tenéis una larga historia
compartida. Erais tan solo unos chiquillos que comenzaban la universidad cuando
os conocisteis en 2003. La vuestra es la historia de una amistad. La de dos
amigos que se hicieron inseparables y que tras la cena de graduación en el 2006
comprendieron que lo suyo no era amistad sino otra cosa. El 18 de agosto, uno
de esos días de verano gaditano, os disteis cuenta de que os necesitabais el
uno al otro. Y a partir de ahí, Lidia y Luiso, comenzó un largo noviazgo, no
siempre fácil, que a pesar de muchas escaramuzas, os ha hecho mantener una
relación estable.
Y es que el amor, no es sólo
poesía. El amor se acrisola como el oro en el fuego. A veces momentos de
enfermedad, limitación, fragilidad, y hasta injusticias, nos hacen crecer y
reconocer su grandeza y autenticidad.
Vosotros lo habéis experimentado. Os habéis apoyado el uno al otro,
cuando las cosas, sobre todo los envites de la enfermedad en las personas que
más queréis, han hecho temblar el corazón, hacer piña, y rogar con todas las
fuerzas ante aquel que se hace Cirineo de nuestros dolores, y ante la mirada de
aquella que permanece de pie, siempre, solidaria de nuestras lágrimas,
despertando nuestra fe y alentando nuestra esperanza.
Es ese amor el que hoy queréis
hacer público en la celebración de vuestro matrimonio: un amor que nace de
vuestra condición de discípulos de Jesús el Nazareno y que para ti Luiso, se
alimentó aquí mismo, en esta patria espiritual de San Francisco que diría
nuestro hermano Emilio.
Un amor que nos hace salir de nosotros mismos
para poner nuestra energía, capacidades, tiempo, ternura, creatividad, servicio
en las manos de otra persona que se convierte en el gran regalo que da sentido
a la vida, con la que caminar de la mano, reir y llorar, proyectar una
existencia capaz de hacer presente en el mundo el mismo amor de Dios. Cuando
nos crucemos con vosotros por la calle san Francisco, cuando la vida se abra
paso y nazcan vuestros hijos, cuando emprendáis sueños y queráis compartirlo
con nosotros, queremos seguir encontrando en vuestra relación, en vuestra
mirara, en vuestra alegría, un signo concreto del Amor que Dios nos tiene y que
se manifiesta en la carne, la historia y la humanidad concreta de sus hijos,
que se entregan el uno al otro en esta aventura difícil y apasionante que es el
matrimonio. Ese amor que no pasa nunca, amor de la prosa de la vida cotidiana
es el que esperamos encontrar en vosotros siempre.
Lidia, niña guapa de Santa María,
tu sueño de cumple hoy, ese que me contaste hace unas semanas: estar para
siempre con Luis. Me decías, hay que esperar el momento, y el momento ha
llegado. El sueño se ha hecho realidad. Cuídalo con mimo y ternura. Dios te
entrega a quien va a caminar a tu lado, con sencillez, elegancia y bondad; Si
en algún momento, os sentís distanciados, si las cosas no van bien, si llegan
tiempos de marejada, recuerda que un 2 de abril de 2007, estando los dos un
tanto enfadados, el joven capataz de la Esperanza, que no te quiso dirigir
ninguna palabra aquel día, salió con dos rosas en las manos del paso de María
de la Esperanza y con amor las puso en las manos de su madre y las tuyas. A veces las palabras no alcanzan y
necesitamos gestos que expresen el misterio que llevamos dentro. El puso en tus
manos, una parte importante de su corazón. Hoy lo recibes para siempre.
Luiso, mi hermano querido,
también tu sueño se cumple en esta mañana. Así lo ha querido la Virgen, a la
que tanto habéis rezado en momentos nada fáciles. Hoy tienes a tus padres muy
cerca de ti, disfrutando de tu alianza de amor para siempre con Lidia. ¡Qué su
testimonio y su presencia sean para vosotros una fuente de gozo, confianza e
inspiración! Junto con ellos, Angel y Carmen, Pepe y Tere, están vuestros
hermanos: Angel, Luis y Jaime; y Cristina. Para vosotros es sueño cumplido compartir
el día más importante de vuestra vida con vuestra familia grande, la que hoy se
reúne en San Francisco, este lugar de HERMANDAD. Habéis buscado la ocasión
propicia para invitar a cada uno; habéis vivido unas largas vísperas y nos
habéis hecho partícipes de lo mucho que significa celebrar juntos vuestro
matrimonio.
Estamos seguros de que es vuestra
intención hacer realidad lo que el Evangelio del día os ha reservado para esta
eucaristía: construir vuestra casa sobre
roca, sobre ese cimiento fuerte que es JESÚS.
Durante años habéis cavado y ahondado; hoy ponéis los cimientos de
vuestro hogar sobre el único es capaz de darnos una vida plena, entregada, con
sentido. No dejéis de escuchar su voz,
de dirigiros a él, de confiar en su palabra, de alimentaros a su mesa, de
dejaros sanar y reconciliar, de sentiros continuamente enviados a ser buena
noticia para quienes lo necesitan. Y contadlo a vuestros hijos cuando lleguen y
ponedlos ante su mirada, y habladle de
la historia de amor escrita con ternura infinita en letras moradas y verdes a
lo largo de años de vida compartida.
Ahora guardemos silencio,
recojámonos en oración, porque Luis y Lidia, movidos por el Espíritu Santo que
los consagró en el bautismo, toman la palabra ante Dios y ante sus hermano para
expresar lo que durante tanto tiempo han deseado y esperado. En su amor mutuo,
Dios mismo se hace presente en medio de nosotros.
Rafael Iglesias Calvo. Sacerdote Marianista. MATRIMONIO DE LUIS Y LIDIA – IGLESIA CONVENTUAL DE SAN FRANCISCO – 15/09/2018
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